Anticipo que no debe entenderse el título de estas líneas únicamente como la narración del cobro de un corzo, ni tampoco como un signo de retirada por la que el que esto escribe con la presente vaya a plegar su afán venatorio y dejar de perseguir a estos animales, a los que por otro lado les tiene un fervor inusual; más bien se trata de todo lo contrario, su contenido, no es otra cosa que un ejercicio necesario para poder seguir cazando corzos y hacerlo con idoneidad, y para este empeño, mi propia caza subjetiva me impuso una reflexión a cuenta de aquel corzo, que bien pudo ser el último.
“la caza sigue” me dije a mi mismo y a mi entereza personal tras aquel lance que llevó aparejada la muerte del corzo, porque fue precisamente ante ese corzo abatido y la observación de ese lado o momento cruento, la que hizo fluir ese pensamiento.
Aquel corzo de “Peña las cruces” y las delicadas circunstancias de su caza, me tuvo un tiempo detraído de mis cosas y hasta un punto aturdido. Le tenía cogido los pasos junto a una cerviguera de retamas y la primera mañana tras su búsqueda , cuando el robledal quería mayear y dejar al corzo en el anonimato de la moheda pero estaba por llegar el granazón primaveral , di con él y sin tiempo para ponerle condiciones al lance , le puse un tiro del 30-06 entre unas ringleras de roble y desapareció, la impresión fue confusa, cuando me dirigí hacia el tiro en busca de evidencias, me topé a escasos metros con el corzo lleno de vida, postrado junto a unas brecinas, pero impedido para huir, nos miramos y de inmediato sentí en sus ojos miedo y cuando encaré nuevamente el rifle para finalizar el angustioso trance, ya sabía que esa mirada postrera de aquel corzo, era como una hilacha que se desquebrajaba de mi firmeza cinegética.
Ya como un autómata y sin deleite ni gozo posible ante el animal y trofeo conseguido, aquella mirada comenzaba a turbarme, llevé el corzo hasta el suzuki, lo cargué y marché de allí de inmediato.
Mientras conducía de vuelta a casa, la visión del corzo herido y esa mirada me puso en un trance inaudito, me puse reflexivo y tuve que revisar el convencimiento de mi ser cazador; hasta me alarmé, porque me invadió el cuerpo la sensiblería y claro me puse a meditar y para mis adentros me venía diciendo ”joder Mariano, a ver si te vas a poner melindre por la miradita del corzo” , mas intentaba volver a la normalidad, pero nada, seguía aturdido cuando bajé del coche para abrir el portillo de acceso a la carretera ; retomé la conducción y pude descansar en el pensamiento de una certeza, la de que no podía en ese momento hacer fingimiento de una seguridad que no poseía a consecuencia de ese acto de caza. Sin embargo ese lenitivo duró lo que tardé en llegar a casa .
Y aquella aflicción perentoria me silenció el relato de la caza de ese corzo a mis amigos y su historia no fue llevada a mi diario de caza, la caza de ese ejemplar quedó como un arcano en mi interior y durante un tiempo, pensar en ese corzo era mentarme la bicha, porque no imaginaba yo , que una muerte de un corzo me fuese a deparar esta fragilidad y ese avergonzamiento tan incómodo.
Aquella flaqueza fue superada, pero en mi eterna alma de caza siempre estará la mirada del corzo de “Peña las cruces”, que afortunadamente no
fue el último.
Mariano García Liceras.
viernes, 15 de enero de 2010
“Güisqui, caza y mucho humo”
Una docena mal contada de amigos de la vieja Villa de Riaza, la mitad, más o menos, de buena gente de ese pueblo grande -de Segovia- que es Madrid, y luego, salteados, están los de la ciudad del Duero y un leonés errabundo, y si le añadimos algún apátrida eventual, nos llegamos a la veintena, que para lo nuestro es un buen número, ni cuatro gatos, ni mucha gente, que luego ensucia y si a todo esto le juntamos güisqui, caza y mucho humo, pues nos ponemos en lo que somos, un grupo de amigos que cazamos juntos por donde Dios nos da a entender y nos van dejando las burocracias y que va siendo principalmente por los antiguos reinos de Castilla y de León, con cierta predilección por esa tierra donde de alguna manera aún reside el corazón de Iberia y quizá sea por eso por lo que allí, como dice la canción, nos sentimos en la gloria. Así que si alguien quiere encontrarnos, que tampoco hace falta, con preguntar por las tierras de Soria darán con nosotros con facilidad; aunque hay que advertir al que se arrime, que no va a encontrar aquí caza retorcida, ni éxitos continuos, acaso tampoco vea la caza como se destila ahora, y por ello a las primeras de cambio y con viento fresco dé media vuelta por donde se acercó. Lo que si hay aquí es buena gente y llevan a la caza lo que son y de esta guisa uno se encuentra en su elemento compartiendo caza con ellos.
No nos prodigamos mucho, por aquello de que lo poco agrada y lo mucho cansa, nos aplicamos el cuento y nos echamos dos o tres batidas por temporada, que van en la búsqueda de la vieja caza, lo de hombre libre en busca de animales salvajes en terrenos libres y abiertos, ya sabemos que esto hoy en puridad no es posible , pero procuramos acercarnos y nos decidimos por las reservas donde descansamos en la seguridad de que allí no hay cercas, ni crotales, ni gamellones, ni tampoco rh que no sea ibérico, que se diga lo que se quiera, donde andan estas cosas no hay caza, habrá otras cosas que algunos interesen, pero no caza de la de verdad.
Y nos concitamos el día de antes, por aquello que las prisas son malas consejeras y al día siguiente cazamos y después comemos y a la comida le sucede lo que se ha hecho en nuestra tierra de toda la vida de Dios, que no es otra cosa que café, copa, puro y conversación. Y luego, cada mochuelo a su olivo.
Como se entenderá nuestros días no son de resultados, aunque alguna vez suena la campana imaginaria de alguna vieja torre abandonada de la Sierra de Alcarama y ponemos patas arriba una veintena de piezas y nos las aviamos, que otra cosa no, pero manos vivas con los cuchillos, para dar ; y no nos las comemos todas porque sería abuso, pero casi, y entre lo fresco lo embutido y lo congelado pues unas canales pasan a formar parte de nuestra atávica sangre de caza y con ello vamos alimentando nuestra otra sangre y que ambas vayan durando, eso si con buena gente, güisqui y mucho humo….
Mariano García Liceras.
Riaza. 2009
No nos prodigamos mucho, por aquello de que lo poco agrada y lo mucho cansa, nos aplicamos el cuento y nos echamos dos o tres batidas por temporada, que van en la búsqueda de la vieja caza, lo de hombre libre en busca de animales salvajes en terrenos libres y abiertos, ya sabemos que esto hoy en puridad no es posible , pero procuramos acercarnos y nos decidimos por las reservas donde descansamos en la seguridad de que allí no hay cercas, ni crotales, ni gamellones, ni tampoco rh que no sea ibérico, que se diga lo que se quiera, donde andan estas cosas no hay caza, habrá otras cosas que algunos interesen, pero no caza de la de verdad.
Y nos concitamos el día de antes, por aquello que las prisas son malas consejeras y al día siguiente cazamos y después comemos y a la comida le sucede lo que se ha hecho en nuestra tierra de toda la vida de Dios, que no es otra cosa que café, copa, puro y conversación. Y luego, cada mochuelo a su olivo.
Como se entenderá nuestros días no son de resultados, aunque alguna vez suena la campana imaginaria de alguna vieja torre abandonada de la Sierra de Alcarama y ponemos patas arriba una veintena de piezas y nos las aviamos, que otra cosa no, pero manos vivas con los cuchillos, para dar ; y no nos las comemos todas porque sería abuso, pero casi, y entre lo fresco lo embutido y lo congelado pues unas canales pasan a formar parte de nuestra atávica sangre de caza y con ello vamos alimentando nuestra otra sangre y que ambas vayan durando, eso si con buena gente, güisqui y mucho humo….
Mariano García Liceras.
Riaza. 2009
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