EL DIA DE SAN BLAS




“..Ni los nombres cristianos ni el calendario con sus meses y sus días, tienen en nuestros pueblos y aldeas el mismo significado que en otras partes. En Castilla los días se llaman santos y los hombres se llaman motes”Miguel Delibes



En esa esquina nuestra de Castilla, que es Riaza y que llegando, queda ya de camino a casi ninguna parte, aunque esto, en realidad poco importe para los que tenemos en la Villa nuestro lugar en el mundo; hay un monte que arranca en los cabezos y collados de la sierra y que se escurre con sus tallares hasta mojarse en las aguas del río Riaza. Después de cruzar sus tablas y rabiones, que traen las nerviosas aguas desde su nacimiento en el hayedo de la Pedrosa, se zorrea unos prados y empinando una cuesta, se llega a las primeras casas del pueblo, desde donde volviendo la mirada, ya se ve de frente la ancha fronda de barda. Riaza no sería lo mismo sin ese trazo en su paisaje. En las tardes claras de invierno, cuando el sol se pone y el pueblo va quedando en la penumbra, los últimos destellos del día se van posando en las faldas de Hontanares, mientras la línea de la sombra se quiere ir al cielo de Guadalajara. Aquel monte es el del robledal de Hontanares, que tiene, si prescindimos de la toponimia minuciosa, cinco apretones de monte, a saber; Praorredondo, Mataserrana, Cantellares, el Palancar y las Guajardas. Es un buen monte de chochas y de torcaces y también lo es de jabalíes y corzos. Las chochas y los corzos, aunque este monte fuese refugio en los tiempos de escasez, son de cazas mas modernas; sin embargo la palomera y el jabalí siempre tuvieron mayor arraigo en su caza y es precisamente el jabalí la pieza que preferían perseguir los cazadores de Riaza. Hasta tal punto que creo cazadores de esos hoy ya no se llevan, como Perico “el Manojo” o el malogrado Antonio “El Cayo” y que si la tontuna de la caza de ahora, no nos nubla, queda el sentir el ligero orgullo de compartir origen con ellos. Pero es que además los cazadores de Riaza, decidieron hacerlo un día de manera conjunta, y contraviniendo ese aserto que en esta tierra nuestra se tiende a la hurañía, también en la caza y además es poco dada a conjunciones sociales, pues acordaron cazar el jabalí en comandita y lo decidieron hacer en un día en especial. Eligieron, no se sabe bien el porqué, el día 3 de febrero, patrón de San Blas. Tampoco se alcanza a conocer cómo y cuándo se inició aquella jornada de caza en ese día invernal por vez primera en el monte de Hontanares. Sabemos que era una reunión modesta y sencilla de escopetas y que aparte de los medios justos, cuatro batiendo con cuatro chuchos y otros pocos cogiendo los pasos; llevaba como adimento la misa del alba, quizá como alargamiento de las novenas del Dulce Nombre y la comida de después, cuyos ingredientes han permanecido inalterables desde aquel primer día.Andando los años, el calendario ya quedó remarcado en ese día 3 de febrero de manera indeleble como el día de San Blas y además se fue concitando alrededor de esa fecha el juntamiento de los ocios de todos los habitadores del pueblo. Luego, andando unos años más , la jornada de caza que originó la relevancia de ese día , se perdió y se dejó de cazar en San Blas , aunque persistió el lado lúdico y las zambras en los campos cercanos a la ermita de Hontanares.Pero como el tiempo es veleidoso y un tanto mezquino, e igual se lleva unas cosas, trae otras, pues hace unos pocos años un grupo de amigos, que reniegan de la caza mansa y aventados los rastacueros que nos merodeaban, estimaron que tenían una obligación en recuperar la partida de caza en el día de San Blas en Hontanares y restaurar la tradición y dignificar ese día con el motivo de su nacimiento. Entendíamos que se lo debíamos a nuestro viejo monte y que también se lo debíamos a todos aquellos cazadores que lo iniciaron y alimentaron, a esa saga de gentes cazadores como los Ortego, los Basilios, los Cayos, los Maximino ….Y ahí estamos en este tiempo nuestro de nuevos modos, jalonando ese día con sabor, caza y amigos, que todo es uno. Se comprenderá con todo ello que para un cazador de Riaza, hay pocas cosas comparables como estar un día de San Blas, de esos secos, quedos y gélidos, donde el hielo se te llega al mismísimo alma y lo vas notando, echando Praorredondo y con el especial encanto del silencio del invierno, roto por el anunciador chasquido de la fusca, poner un buen jabalí, de esos cariblancos que da el monte, patas arriba y de ahí y un poquito más arriba al cielo de Hontanares, nuestro cielo.

Mariano García Liceras.

viernes, 15 de enero de 2010

“El último corzo”

Anticipo que no debe entenderse el título de estas líneas únicamente como la narración del cobro de un corzo, ni tampoco como un signo de retirada por la que el que esto escribe con la presente vaya a plegar su afán venatorio y dejar de perseguir a estos animales, a los que por otro lado les tiene un fervor inusual; más bien se trata de todo lo contrario, su contenido, no es otra cosa que un ejercicio necesario para poder seguir cazando corzos y hacerlo con idoneidad, y para este empeño, mi propia caza subjetiva me impuso una reflexión a cuenta de aquel corzo, que bien pudo ser el último.
“la caza sigue” me dije a mi mismo y a mi entereza personal tras aquel lance que llevó aparejada la muerte del corzo, porque fue precisamente ante ese corzo abatido y la observación de ese lado o momento cruento, la que hizo fluir ese pensamiento.
Aquel corzo de “Peña las cruces” y las delicadas circunstancias de su caza, me tuvo un tiempo detraído de mis cosas y hasta un punto aturdido. Le tenía cogido los pasos junto a una cerviguera de retamas y la primera mañana tras su búsqueda , cuando el robledal quería mayear y dejar al corzo en el anonimato de la moheda pero estaba por llegar el granazón primaveral , di con él y sin tiempo para ponerle condiciones al lance , le puse un tiro del 30-06 entre unas ringleras de roble y desapareció, la impresión fue confusa, cuando me dirigí hacia el tiro en busca de evidencias, me topé a escasos metros con el corzo lleno de vida, postrado junto a unas brecinas, pero impedido para huir, nos miramos y de inmediato sentí en sus ojos miedo y cuando encaré nuevamente el rifle para finalizar el angustioso trance, ya sabía que esa mirada postrera de aquel corzo, era como una hilacha que se desquebrajaba de mi firmeza cinegética.
Ya como un autómata y sin deleite ni gozo posible ante el animal y trofeo conseguido, aquella mirada comenzaba a turbarme, llevé el corzo hasta el suzuki, lo cargué y marché de allí de inmediato.
Mientras conducía de vuelta a casa, la visión del corzo herido y esa mirada me puso en un trance inaudito, me puse reflexivo y tuve que revisar el convencimiento de mi ser cazador; hasta me alarmé, porque me invadió el cuerpo la sensiblería y claro me puse a meditar y para mis adentros me venía diciendo ”joder Mariano, a ver si te vas a poner melindre por la miradita del corzo” , mas intentaba volver a la normalidad, pero nada, seguía aturdido cuando bajé del coche para abrir el portillo de acceso a la carretera ; retomé la conducción y pude descansar en el pensamiento de una certeza, la de que no podía en ese momento hacer fingimiento de una seguridad que no poseía a consecuencia de ese acto de caza. Sin embargo ese lenitivo duró lo que tardé en llegar a casa .
Y aquella aflicción perentoria me silenció el relato de la caza de ese corzo a mis amigos y su historia no fue llevada a mi diario de caza, la caza de ese ejemplar quedó como un arcano en mi interior y durante un tiempo, pensar en ese corzo era mentarme la bicha, porque no imaginaba yo , que una muerte de un corzo me fuese a deparar esta fragilidad y ese avergonzamiento tan incómodo.
Aquella flaqueza fue superada, pero en mi eterna alma de caza siempre estará la mirada del corzo de “Peña las cruces”, que afortunadamente no
fue el último.
Mariano García Liceras.

“Güisqui, caza y mucho humo”

Una docena mal contada de amigos de la vieja Villa de Riaza, la mitad, más o menos, de buena gente de ese pueblo grande -de Segovia- que es Madrid, y luego, salteados, están los de la ciudad del Duero y un leonés errabundo, y si le añadimos algún apátrida eventual, nos llegamos a la veintena, que para lo nuestro es un buen número, ni cuatro gatos, ni mucha gente, que luego ensucia y si a todo esto le juntamos güisqui, caza y mucho humo, pues nos ponemos en lo que somos, un grupo de amigos que cazamos juntos por donde Dios nos da a entender y nos van dejando las burocracias y que va siendo principalmente por los antiguos reinos de Castilla y de León, con cierta predilección por esa tierra donde de alguna manera aún reside el corazón de Iberia y quizá sea por eso por lo que allí, como dice la canción, nos sentimos en la gloria. Así que si alguien quiere encontrarnos, que tampoco hace falta, con preguntar por las tierras de Soria darán con nosotros con facilidad; aunque hay que advertir al que se arrime, que no va a encontrar aquí caza retorcida, ni éxitos continuos, acaso tampoco vea la caza como se destila ahora, y por ello a las primeras de cambio y con viento fresco dé media vuelta por donde se acercó. Lo que si hay aquí es buena gente y llevan a la caza lo que son y de esta guisa uno se encuentra en su elemento compartiendo caza con ellos.
No nos prodigamos mucho, por aquello de que lo poco agrada y lo mucho cansa, nos aplicamos el cuento y nos echamos dos o tres batidas por temporada, que van en la búsqueda de la vieja caza, lo de hombre libre en busca de animales salvajes en terrenos libres y abiertos, ya sabemos que esto hoy en puridad no es posible , pero procuramos acercarnos y nos decidimos por las reservas donde descansamos en la seguridad de que allí no hay cercas, ni crotales, ni gamellones, ni tampoco rh que no sea ibérico, que se diga lo que se quiera, donde andan estas cosas no hay caza, habrá otras cosas que algunos interesen, pero no caza de la de verdad.
Y nos concitamos el día de antes, por aquello que las prisas son malas consejeras y al día siguiente cazamos y después comemos y a la comida le sucede lo que se ha hecho en nuestra tierra de toda la vida de Dios, que no es otra cosa que café, copa, puro y conversación. Y luego, cada mochuelo a su olivo.
Como se entenderá nuestros días no son de resultados, aunque alguna vez suena la campana imaginaria de alguna vieja torre abandonada de la Sierra de Alcarama y ponemos patas arriba una veintena de piezas y nos las aviamos, que otra cosa no, pero manos vivas con los cuchillos, para dar ; y no nos las comemos todas porque sería abuso, pero casi, y entre lo fresco lo embutido y lo congelado pues unas canales pasan a formar parte de nuestra atávica sangre de caza y con ello vamos alimentando nuestra otra sangre y que ambas vayan durando, eso si con buena gente, güisqui y mucho humo….

Mariano García Liceras.
Riaza. 2009