“
“La
casa vieja”
Está en Riaza,
en la calle Las Damas para más señas. Pepe y José, que al lado hacen las
mejores patatas fritas de toda la cristiandad , son sus dueños y allí, en esa
vieja casa, aparte del apoyo de su negocio familiar, tienen siempre la puerta
abierta generosamente para la caza y nuestra cuadrilla, y no es de ahora.
Es una casa de
pueblo envejecida por los años. Al portalón de entrada le sigue un zaguán
amplio donde colgamos los bichos. Al fondo sale la escalera que da acceso al
piso superior. Allí se encuentra la cocina de tiro abierto, a cuyo humo se
curan los embutidos de nuestra caza, un pequeño taller en desuso de José y el
comedor donde los miércoles tenemos nuestras cenas. Para cualquier mortal estas
dependencias serían un lugar sucio, inapropiado y que algunos les produciría
repeluzno, pero he aquí que para nosotros es un sitio acogedor y donde nos
encontramos como en casa. Entre esas paredes están planeados nuestros
proyectos, las excursiones y esas pequeñas ilusiones de la caza. Al amparo de
esas vigas retorcidas hemos colgado nuestra caza de siempre y un día a la
semana nos da cobijo para hacer una cena a la que Rafa y Julio se empeñan que
no dejemos de acudir. Gracias a los dos y a los demás que hacéis que todo sea
posible, porque uno se hace cargo que no acompaña como debiera, pero me creo
que entre mis defectos no esté el reconocer
vuestros desvelos de los que luego nos beneficiamos todos.
Pero la casa
vieja es mucho más, es el referente innegable de la caza de Riaza. Era el lugar
donde se despellejaban las zorras para sacarle unas pesetas a sus pieles cuando
tenían valor. También era el destino de los jabalíes que se cazaban antaño en
los montes de Riaza. Una vez allí, José y Pepe continuaban con lo social de
aquella caza haciendo, no sé cómo , tantas partes de carne equitativas como
participantes en la batida, descontando una parte para la comida comunitaria,
porque entonces los cazadores se juntaban para comer, cómo nosotros seguimos
haciendo.
Los tiempos han
cambiado, y aunque en esa casa sigue
habiendo siempre un cuchillo, un gancho y unas manos dispuestas, allí sólo
llegan ya nuestros jabalíes, nuestros corzos y nuestras escasas pero cotizadas
perdices.
Estas viejas
paredes ennegrecidas por el humo nos unen, aparte que sería un problema
entender nuestras cosas de la caza sin la casa vieja. Vamos, que si no existiera,
la tendríamos que inventar.
“ CUATRO DIAS EN URBION”
Nada hay nuevo bajo el sol. Me temo que estas emociones tampoco sean inéditas y tenga además que confluir en lo que decía Avelino Hernández, el no saber si en este viaje que vengo a contar me sepa explicar. Ya digo y tiro de la manta que esto no es un viaje a ninguna parte.
Quizá estemos acostumbrados a los viajes de inercia. La gente viaja mas que nada por no quedarse anodinamente quieta, pero no está escrito que los que no viajan no vayan más lejos. Viajar es aconsejable, decía Josep Pla que es bueno hacerlo por que con ello se da uno cuenta que una pasión, una idea, un hombre solo son importantes si resisten una proyección a través del tiempo y del espacio.
Quiera el Dios Ibero, que el hecho de que emplee unos días de mis vacaciones en saltar de un pueblo, el mío, a otro de la misma Castilla, que queda a tiro de piedra, sea bien entendido, porque si no, mal empiezo. He de reconocer que la presentación no sea para encandilar y que no faltará el que piense que en este viaje tan cercano no pueda haber nada de sugerente y que este sujeto tan poco imprevisible debía haber candado el pico hasta no ir por lo menos a Letonia. Todo se andará.
Emprendo el viaje con un cuartillo de serenidad y buena disposición. Dejo atrás las tierras del Burgo y las veredas de románico que confluyen por la parte de Berlanga. No deben de quedar lejos las raíces de mi apellido de San Baudelio y allí, en la penumbra de esas paredes y en la delicia de su cromatismo descrestado está la caza que hoy me mueve.
Me saludan ya Molinos de Duero, con sus armoniosas casas de piedra adosadas a las tablas del Duero y entre el rumor de las aguas y el ulular de las copas de los pinos me sitúo en un lugar que tiene un hado especial, Urbión. Le saludo y como de bien nacido es ser agradecido, le agradezco su acogida y los buenos ratos. Los paisajes también tienen alma. Unamuno decía que “el genuino paisaje es el de los pequeños rincones. Allí se coge el alma del campo”. A pie de Cebollera aculo mi somero equipaje en un hotelito con un roble centenario y me dispongo a hablar con los que quedaron en el terruño. Los que vayan saliéndome al paso. Gentes que llevan a cazadores, agricultores, taberneros… Son los que se agarraron a la matriz y no se descartaron por un alfoz ruidoso y maloliente.
Ando sereno, vive Dios que lo hago. Aquí no hay turistas de suburbio, ni horteras, no se les ha perdido nada. Tampoco se deben colar muchos cazadores posmodernos, no es que sean malos es que desconocen que no son cazadores. Pero como Soria no tienen rejas, alguno me consta que se cuela.
Voy a lo mío y nadie me molesta, que no es poco. Claro que en la mañana si que nos hemos encontrado con una novedad cuando entrábamos a unos ciervos que estaban cantando. Andaba por allí un sujeto con una botella de plástico jodiendo la badana y metiendo escama a los ciervos. El guarda le ha llamado la atención, al parecer no es de por aquí, tienen cara de liberado sindical. Nos dirigido una mirada atravesada.
Bueno a lo que iba. Temprano me recoge el guarda en una madrugada queda y de cielo estrellado. Es un hombre joven y educado, ya nos conocemos. Es discreto y silencioso, le gusta el vino, así que es de fiar. Yo todavía me inclino por la cerveza. Los cazadores posmodernos en estos trances beben más la Coca Cola.
Hablamos de ciervos, de corzos, de chochas, de las batidas pasadas y futuras, qué se yo, de las cosas que importan. Se nos añaden nuevas lenguas y todo fluye con naturalidad. Nadie pretende vender su vida al otro. Es una novedad. Recuerden, estamos en la tierra donde nadie es mas que nadie. A cada rato suena un “échanos” que el tabernero, cumple sin recordatorio.
La tarde está entreverada de silencios y de los bramidos salteados de los ciervos. Nos volvemos sin opción, esta vez el sindicalista no ha tenido culpa, pero han sido unos ratos deliciosos de música celestial. Yo que no tengo la sensibilidad a flor de piel, cada vez que prorrumpe un berrido en un pinar de Urbión, siento como un escalofrío iniciático y telúrico. Es difícil de explicar. Es como una tanda de verónicas de Morante. En el vuelo de una tela se mecen el aire, el tiempo y el alma. Emerge la sutilidad y se hace la cadencia. Lo dicho, es algo inefable.
La siguiente alborada nos sorprende en los altos. Desde allí tenemos la primicia de estrenar la berrea del día. Esta mañana no querría estar en ningún otro lugar del mundo. Zigzagueamos con pausa mientras los ciervos van a lo suyo, el rijo ruidoso. Somos receptores únicos de una ópera de jadeos vigorosos. A la legua se ve que tenemos el privilegio de ver un canto a la vida que no sé porque extraña razón nutre las nuestras.
Terciada la mañana el viejo Mauser 66 prende por el pecho una brizna de esa alma de Urbión y como si el robo a esos pinares llevase pena, se hace el silencio. Es el réquiem de Urbión por el animal perdido. Me gusta ese silencio. Invita al paladeo de la reflexión de ese momento y del acto de caza, incluso de la vida misma. Cada vez soy más de la caza silenciosa y descreo del tumulto y de los decibelios cinegéticos.
Como en Soria con los amigos que profesan esta religión, falta alguno, que está en la otra religión. Luego sesteo y leo un rato bajo los camales del roble grande, que se comienzan a cimbrear con las brisas del otoño mientras sus hojas van abandonando su verdor intenso. No tengo tiempos muertos. Entre la caza, las idas , las vueltas, las tertulias, el condumio y el sueño, me acerco a la felicidad de la tierra.
Quiero ser discreto y como alguien decía que la clave del buen acogimiento está en no abusar de la hospitalidad, tengo que ir pensando en dejar este lugar que Dios creo entre el Duero y el resto del mundo. No me lastra ninguna pena, en unas semanas volveré con esa veintena de amigos de buenas entrañas a una de nuestras citas de “güisqui, caza y mucho humo”
Otro soriano dijo que el viaje es siempre la distancia mas larga entre dos puntos. No se equivoquen, póngase los puntos donde se quieran, ya ven donde los ha puesto este que les escribe. Pero no olviden, que aparte de las nimias distancias, en caza, no todo vale. Las ansias y la vanidad no son salida ni llegada de otra cosa que la miseria.
Y estando en esta tierra, no podría ser de otra manera, me tengo que echar a un lado con el de la curva de ballesta. Que el alma de Urbión me llene de alegría, de luz y de riqueza.
Mariano García Liceras
mgliceras@gmail.com
2010.
SORDAS DE ABRIL
MOJARSE CON DIGNIDAD
UNA ILUSIÓN.
Si en Riaza no aprendes a disfrutar aunque llueva, vivirás condicionado.
Si ignoras tus “locuras” puedes caer en alguna.
De lo que por mi cabeza pasó, caminando bajo la lluvia.
Alucinación delirium, síndrome de abstinencia. ¿Qué pasó?
La ilusión es una percepción distorsionada de un estimulo externo efectivamente existente. Las alucinaciones pueden ocurrir en cualquier modalidad sensorial o en varias de ellas mezcladas.
Tal vez fue eso una ilusión. Os lo contaré: Después de meses de varias visitas semanales al monte, de madrugar, recoger los perros, de mojarme, pincharme, andar y andar, sentir mi corazón a punto de explotar ante la presencia de la dama del bosque .
Y volver a casa, cansado, con los ojos más hundidos y los pómulos más salidos y con el aire de venir de otro sitio, de donde la estupidez humana encuentra más dificultades para llegar, de donde uno se siente un animal más, donde uno encuentra momentos de paz, donde uno se encuentra así mismo, donde uno no es nadie, ni necesita serlo.
Después de tantas horas de monte, los paseos con los perros y las rutas por la sierra de Hontanares parecen no haber logrado lo que se espera de un sustitutivo en casos de demostrada dependencia.
Algunos comparan mi dependencia con la suya al alcohol o a otras sustancias, y les parecerá ridícula, pero lo cierto es que en dependencias, se supera antes la dependencia física que la psicológica.
El caso es que llevaba unos días raro, en mi mundo, del que solo me sacaban las obligaciones y mi mujer e hija resultándome bastante indiferente lo demás.
Así llego el día. Era sábado y habíamos ido a un centro comercial; entramos a ver unas tiendas, y después al hacer la compra nos hizo falta un carro.
- Ya voy yo
- Papa, voy contigo.
- No que llueve.
Salí al enorme estacionamiento , llovía , y hacia un poco de viento. Puse cara de un enorme sufrimiento e hice que corría…..como los demás, pero como otras veces me pareció absurdo. Solo es agua. He crecido en contacto con el campo , he jugado al baloncesto , salgo en bicicleta, soy becadero y mucho de esto , en Riaza. Si se hacer algo bien es mojarme con dignidad.
Dejé de poner caras y empecé a andar despacio , a mirar , a buscar , pero se me había olvidado el qué. En esas estaba , cuando vi un perro callejero. Era negro con una mancha blanca en el pecho, de pelo largo y grandes orejas, no muy alto pero de fuerte huesos y flaco, muy flaco, con mirada melancólica y cara de bonachón . Le llamé “Chucho” y pareció alegrarse. Él parecía que también buscaba algo, ahora buscábamos juntos.
“Chucho” iba delante, por el carril y entre los coches. Yo le seguía, lo perdí y le silbé. No tardó en asomar por debajo de un Xantia y sin llegar a mi siguió buscando.
Había movido el rabo con una mezcla de timidez y alegría parecía que estábamos estableciendo un vinculo callejero entre dos buscadores . Vi una fila de carros. Mi mente querías decirme algo pero en ese momento empezó a mover el rabo con frenesí , la cabeza cerca del suelo iba y venía el perro no tenía estilo , pero era trabajador ; es más cumplía con creces el estándar de un perro vagabundo.
Yo que valoro como pocas cosas la pasión , este perro la tenía . Había pasado por entre los carros varias veces, le oí quejarse , se había pinchado , pero no dejaba de buscar. En su ir y venir; parecía haber perdido lo que buscaba. Yo no sabía por dónde indicarle, pero pronto empezó otra vez su rabo a mostrar una alegría que solo podía indicar la presencia de lo que buscaba.
De repente Chucho se quedó de muestra. Me sacaba unos coches pero no tarde en llegar . Estaba entre un Terracan y un Discovery . A unos veinte metros había una furgoneta de reparto, busque el mejor sitio para tapar la muestra, no estaba fácil. Chucho aguanto bien. Entonces viéndole pensé; en muestra no hay perro feo es más, todos son bellas estatuas griegas.
Sabía que iba a tener que tirar antes de que llegara a la furgoneta. Tal vez debía adelantarme, pero sin conocer al perro decidí quedarme a rabo. Miraba al perro, al suelo, las salidas…… Quería controlarlo todo pero TTRRUURRRRR, TTRRUURRRRR, el primer tiro se lo llevó casi entero el Discovery .Doblé cuando llegaba a la furgoneta y la vi caer como un trapo. Creo que le había tocado con el primero , pero si no doblo se me va. Mi acierto no debía ocultar mi fallo , y es que me había precipitado como un principiante , me faltó ese temple que se adquiere con los años .
Chucho fue a cobrar pero no volvió, lo llamé . – Chuchoo , pero no volvió, lo busque , pero no lo encontré, lo llamé, pero no volvió.
Sonó el teléfono .Era mi mujer .
-Perdona me encontré con un amigo y me he entretenido. Era Chucho no lo conoces.
Volví mojado y sonriente. Mi mujer me dijo .
- ¿Qué compro para cenar?
Y yo le conteste :
- Lo que quieras
Mi hija gritó;
- ¡Pizza! ¡Pizza!
Mi mujer y yo sonreímos.
En la cola de las cajas yo pensé en madrugar, recoger las perras , sentir la alegría de las que me llevo y la tristeza de la vieja que se queda….
A los que añoran la asomada a la ventana, el café caliente en La Fonda, escuchar las noticias en la radio , el viento frio en la cara , las primeras carreras de los perros ….., y esos nervios ante la presencia de la dama. La vuelta a casa , con esa sensación de cansancio, de paz y de saber valorar las cuatro cosas que de verdad importan.
“ ……Sentir la alegría de los que me llevo y la tristeza de los que se quedan …., el viento frio en la cara las primeras carreras de los perros …..TTRRUURRRRRR, TTRRUUURRR…….”
“Ver corzos”
Mis amigos,
que como no podía ser de otra manera, tienen el mal hábito de la caza y no se
les vislumbra a medio ni a corto plazo ninguna enmienda, de lo que hay que
alegrarse, y que claro, no son neutros; me dicen que yo veo bien los corzos. Aunque
me da que se esconda detrás, lo que es un halago algo perverso, por que con esa
cantinela me incitan a que sea su acompañante en sus recechos y a mi, que me
gusta andar de corzos mas que comer con las manos, pues acabo apuntándome a
casi todas.
Esta
disposición mía a ayudar en cierta forma no ha hecho otra cosa que crear cazadores
que se fían en exceso de mis condiciones, cuando la única virtud que pueda yo
tener, ya digo, es el vicio que tengo. Con tanto acompañamiento da tiempo a ver
un poco de todo, desde los que no ven un cura en un montón de nieve y les tengo
que meter el corzo en su visor – hacerse, se ha hecho- pasando por los que van
progresando viendo los corzos aparentes y llegando a los aventajados que se te
quieren subir a las barbas sacando corzos difíciles, claro que ya les digo que esos
corzos, a lo primero se huelen, luego se intuyen y finalmente se les ve. Por
que un corzo en abril en una ricia de cereal lo ve un tuerto, verlo en junio
con la primavera desbocada ya requiere esfuerzo y conocimiento y dar con él en
un brezal en flor, eso ya es de nota y de clase. Ya puestos y como habrá que
decirlo alguna vez, digo sin tapujos, que en Riaza antes de la moda, ya había
corceros de fuste, todos amigos, en particular dos, a los que conozco bien y
que a clase se salen por arriba ,entendiendo claro está, que la clase no es
solo pegar tiros y ser fino, sino cazar con señorío . Son de esos que les
sueltas en cualquier coto y cuando el
resto se quieren enterar de qué va la cosa, ellos ya tienen el corzo colgado y
sacadas las querencias. Pero como les puede la bondad, y tienen esa rara
cualidad entre los cazadores de la generosidad luego cazan para los demás. Son así y a los
que no les guste, ajo y agua.
Pero lo de ver o dejar de ver corzos no es tan
importante si no fuera porque con ello he tenido la oportunidad, el pretexto y
en la mayoría de los casos la satisfacción-algún judas siempre tiene que haber-
de cazar corzos con tantos buenos amigos, muchos de los cuales se ha iniciado
conmigo.
Así que aunque todo esto no ha de servir como justificación,
ahí van sin dogma y en corto unos pequeños pareceres sobre esto de ver corzos:
Para ver
corzos lo primero es coger el habito de buscarlos, que parecerá una tontería y
una obviedad pero no lo es. Cuando se
observa hay que distinguir entre mirar a través de los prismáticos y buscar los
corzos, que no son cosas iguales aunque se crea que es lo mismo. Al iniciar el barrido con la óptica la búsqueda debe ser lenta y pausada, nada de
correr la mano buscando a troche y moche. De lo que se trata es de que
percibamos detalles con la óptica no paisajes. Esto exige un esfuerzo
escudriñando el campo de visión que nos llega a través de las lentes, solo así se saca un
corzo tumbado o se le percibe emboscado. Cuando uno es bueno sacando corzos es
por que escudriña cada palmo de terreno del campo de visión. No todos los días
está uno igual y ve con la exigencia debida. Yo hay días que nada más echarme
los prismáticos por vez primera a la cara ya noto que ese día voy fino y otros
que me va a costar. Esto es cuando se es bueno, pero cuando se es mejor es
porque esos matices del campo de visión
que denotan la presencia de un corzo están como anotados en el disco
duro de uno y cuando llegan a la retina, saltan y se da con el corzo. Es como
adquirir una técnica.
A un
avistamiento de un corzo, indefectiblemente le tienen que seguir según mi parecer
tres cosas previas o simultáneas a la
valoración. La primera, que como lo deseable, que sería no perderle de vista
hasta el lance, es difícil que acontezca, lo que se impone es cogerle una referencia
visual indeleble, de tal manera que sin
nos quitamos los prismáticos de la cara, a un nuevo encare localicemos de entrada el lugar. La segunda es
el careo. Hay que observar con atención al corzo, cual es su dirección, su
actitud y su ritmo puesto que si lo perdemos un buen rato en la entrada, cosa
hartamente normal, el conocer si subía o bajaba, merodeaba el encame o si
marchaba raudo o ramoneaba tranquilo es una información mas valiosa de lo que
se cree . Por ultimo algo que se pasa por encima con frecuencia, el mirar la
plaza donde se van a dar las condiciones de caza. A menudo vemos el corzo lejos
y sin demora vamos a su búsqueda rápidamente, obviando que en cuanto dejemos
este primer emplazamiento del avistamiento inicial del corzo, todo cambiará. Los
ángulos y por tanto nuestra visión inicial, la vegetación, el aire, la luz y
nuestro camuflado. Las cuentas son claras, visto el bicho, hay que mirar en
derredor y planear la entrada y el tiro y todo ello yo suelo hacerlo en lo
posible configurándolo cuando tengo la primera visión, aquí alguno pensará que
soy un poco “killer” y puede que sea verdad, pero es que actuando así, que a lo que
estamos es a cazar ese animal, los factores del éxito en el cobro son mayores.
Cuando se anda con cábalas y titubeando la mayor parte de las veces no habrá opción.
Hechas estas
cosas ó coetáneamente hay que valorar el trofeo, aunque esto es ya cuestión muy
subjetiva y que entra dentro del fuero de cada uno, aunque no convienen olvidar
la acertada pauta, que cuando un corzo a una distancia razonable, con buenas
condiciones de luz a un primer vistazo no aparenta ser bueno, es que no lo es.
Claro que a esto bien se podría contraponer las palabras nada desacertadas que
me dijo un buen guarda de las Tierras Altas: “Mira Mariano, un corzo se sabe si
es bueno, cuando lo tienes en la mano y después de mirarlo un rato”
MGL